Verónica García es una reconocida pintora, diseñadora, fotógrafa, que incursiona en la gráfica
experimental, el video y la multimedia. Esta gran artista multifacética nos
recibió en su casa, y mates de por medio, pudimos hacerle preguntas sobre
distintos aspectos de su carrera y sus trabajos.
¿Cómo tomaste la decisión de dedicarte a
las Artes Plásticas? ¿Cómo te diste cuenta de que eso era lo que querías para
vos?
Es una pregunta muy
interesante.. porque en realidad es una decisión nada sencilla. Yo iba a la
escuela y simultáneamente hacía cerámica, escultura, estudiaba música… era parte de mi vida. Ahora, en un momento tenés que decidir que de
eso querés hacer una profesión. En mi caso te digo que es interesante porque
las distintas actividades colindaban, y decidirme por una de ellas no fue
fácil. Sobre todo cuando tuve que decidir especializarme al punto de vivir de
eso. Yo estudiaba Antropología en la UBA, y cursaba además materias de Historia
del Arte como una especie de complemento. Había pasado por la Escuela de Bellas
Artes y estudiado música algunos años… En la facultad, en un momento hago ‘click’ y
decido que me quiero dedicar a la pintura exclusivamente y dejo todo y me voy a
vivir a Brasil. Era un lugar donde podía vivir con pocos recursos y dedicarme
la mayor parte del tiempo a pintar. En una gran ciudad eso es muy difícil: hay altos
costos de vida, grandes gastos, tenés que dedicarle muchas a horas a producir
dinero sólo para mantenerte con vida. Trabajás para poder sostenerte. Entonces
el tiempo que te queda para hacer lo que te gusta pasa a ser un hobbie. Y yo
había decidido hacer de eso una profesión. Así que me mudé a una isla en Brasil
que se llama Itaparica, donde podía vivir con lo mínimo, y pintaba para unos lugares que vendían
cuadros para turistas. Para mí pintaba lo mío, lo que me interesaba, y a veces
participaba en exposiciones; pero simultáneamente pintaba para estos lugares
que te digo y con eso me mantenía. Ese mismo trabajo que me permitía vivir era
parte del oficio de pintar. No tenía que trabajar detrás de un mostrador para
después hacer lo que me gustaba.
¿Y cómo fue cuando volviste a vivir en la
Argentina?
Cuando vuelvo de Brasil me
instalo en San Telmo, empiezo a hacer Análisis de Obra con Yuyo Noé (Luis
felipe Noé) porque ya venía produciendo
sistemáticamente, hago una muestra en Recoleta, y simultáneamente estudio Cine con
mi amigo Pedro Loeb. Me dediqué de lleno a producir y exponer, pero en Buenos
Aires no podía mantenerme con la pintura, así que vendía diseños para turistas.
Sí, claro, por ahí la gente cuando se enteraba que era artista quería subir al
atelier, entonces alguna obra vendía, pero de manera muy irregular. Por lo
tanto también me dediqué mucho al diseño, desarrollando un concepto que en ese
momento no existía, un concepto que ligaba el diseño textil y la moda a lo
étnico, a las culturas originarias (que en ese momento en antropología llamábamos
culturas aborígenes). Te hablo de principios de los años noventa. De ahí en más
continué, con altas y con bajas, después tuve a mi hija, y luego me mudé a
Salta.
¿Cómo influyó en tus trabajos el cambio de
ambiente? ¿Hacías lo mismo en Bahía que en San Telmo?
Yo soy muy permeable al
entorno, me modifica por completo. Lo
primero que cambió en Brasil fue la paleta de colores. El color más suave que
veía a lo largo del día era el amarillo huevo, imagínate. Debajo del
sol del trópico. Pintaba con los colores que veía. Todo el día la retina estaba
siendo impresionada por altos niveles de luminosidad, con colores muy
estridentes.. naturalmente mi paleta se modificó. Eran colores muy vibrantes,
saturados, si pintaba con colores suaves el ojo mismo no los distiguía. Cuando
volví a Buenos Aires no podía mirar esos cuadros, me herían la vista. A mí lo
primero que me modifica es el entorno, aún antes que lo emocional o alguna
idea, porque soy más visual que conceptual… o sea,
trabajo conceptualmente también, pero estoy más que nada ligada a lo
visual. Eso en primer lugar. En segundo lugar, yo soy una especie de colador de
lo que sucede. Algo pasa por mí y se traduce en algo. Cuando estaba en Salvador
pintaba de todo, porque lo que me había propuesto era ir a un lugar en donde
pudiera vivir en short y ojotas todo el día, comer una ensalada o frutas y no
tener que preocuparme por nada más que no fuera pintar. Y me propuse pintar
todo lo que se me cruzara por delante de los ojos. Entonces pintaba los perros
que estaban en la calle, los chicos que viven en la calle, la recepcionista del
hotel en donde vivía, los peces que había visto cuando me invitaban a bucear… No tenía una temática específica. Fue un
trabajo para mí,
un ejercicio de traducir en forma de pintura todo lo que me sucedía. Cuando
volví, en cambio, ya comencé a conectarme conceptualmente con la tierra, todo
aquel legado antropológico e incluso los años de trabajo en escultura y
cerámica comenzaron a traducirse en pinturas con tierra. Comencé a trabajar con
tierra, con óxidos, con pigmentos… Pero todo
eso que yo hacía no tenía anclaje en Buenos Aires, no tenía de qué nutrirme
allá. Me interesaba la conexión del ser humano con la tierra, el lugar donde
vive; y trabajarlo desde la perspectiva de la pertenencia material, hasta la construcción
conceptual y afectiva del paisaje.
Entonces
tomaste la decisión de venir a Salta, teniendo en mente que era un lugar en
donde sí te ibas a poder nutrir…
Yo
vine a Salta con una feria de diseño. Y cuando vi que acá estaba eso que yo
necesitaba, y que además podía vivir tranquila con mi hija que era chiquita (te
estoy hablando del año 2001, una época muy difícil en Argentina), decidí
mudarme. Acá tenía calidad de vida, tranquilidad, me encantó la gente, y vi que
existía un círculo de artistas plásticos que eran como lo ‘contemporáneo’ de la
producción artística en Salta. Tenía más en común con lo que ellos hacían que
con lo que se hacía en Buenos Aires. Si bien allá tenía colegas maravillosos,
como ser Pablo Suarez, Miguel Harte y Martín Di Girolamo, con quienes
compartíamos taller
Y una vez
que te instalaste acá, ¿fue realmente como creías?
Sí.
Y no me arrepiento en absoluto. Era algo necesario, siento que tenía que
venir. Mi ‘tía’ Elena Schümacher, que
fue una de mis mentoras como artista y me enseñó desde los cinco años muchas de
las técnicas que sé, era una enamorada del norte, del Parque nacional El Rey y de Salta en particular. Años más tarde
me di cuenta de que varios de mis mentores tenían una conexión fuerte con
Salta, entonces sé que no fue casualidad. Siento que estaba escrito que tenía
que venir, y estoy haciendo lo que vine a hacer.
¿Cómo te
insertaste en el campo artístico local?
Me
inserté enseguida en el medio, tuve pronto reconocimiento, y tuve mi lugar.
Estoy muy agradecida por eso. Fue una elección de vida en realidad. Estando acá
decidí vivir de esto, dejar de trabajar con el diseño y dedicarme a la pintura
de lleno. Dije “cuando tengo tengo, y cuando no tengo, me la banco”. Por ahí no
me compro pilchas y me compro material. Hay gente que cuando se entera del
costo que significa producir una muestra me pregunta: Y por qué no te comprás
una camioneta? Y si lo que yo quiero es comprarme una camioneta habría seguido
con el diseño y quizás estaría forrada en guita. Pero no me importa la plata.
Si te interesa la plata no te dediques a esto, dedícate a cualquier otra cosa.
No quiero decir que no se pueda vivir de esto, sí se puede, pero lleva muchos
años. No te tiene que importar lo económico, porque sinó terminás haciendo lo
que te piden, lo que te demanda el mercado, lo que se vende. Pero el arte es
algo que está estrechamente ligado a lo más profundo de uno, sea la propia
identidad, sea el espíritu o sean las convicciones… El arte es la manifestación más profunda
de una persona, como el amor. Vos no podés amar para que te dé guita.
¿Es
más difícil vivir del arte aquí que en un país del primer mundo, por ejemplo?
Vivir del arte es una decisión difícil.
No creo que sea fácil en ningún lado. Es una elección que implica que vas a
vivir exclusivamente de eso y de ninguna otra cosa que te pueda dar un ingreso
con regularidad. Yo nunca sé qué día estoy viviendo porque vivo para hacer mi
trabajo, mi calendario es retomar mi trabajo donde quedó el día anterior. Y la
concentración es absoluta, casi no hay ayer ni mañana, no puedo hacer planes
con una semana de anticipación. Estoy hablando ahora con vos y sin el menor
indicio mañana estoy en un avión rumbo a México, me ha sucedido. No puedo preveer
realmente. Para el artista, como para el poeta, como para el filósofo, su
misión en la vida es lo que tiene que dejar, su legado. Un cuerpo de ideas, un
cuerpo de obra. Y eso es lo que nos mueve, lo que nos levanta de la cama todos
los días, lo que nos importa. Vivimos para hacer nuestro trabajo, al revés de
la mayoría de la gente, que trabaja para poder vivir.
¿Cómo
se fueron dando las muestras una vez que estabas instalada en Salta?
Antes
de venir a Salta había tenido muestras en el Centro Cultural Recoleta y otros
lugares emblemáticos. Pero cuando llegué encontré acá un entorno propicio, en
el cual se podían gestionar proyectos como un circuito de artistas que armamos,
o el del Museo de Arte Contemporáneo (MAC) entre otros, que nos permitían tener
mayor visibilidad. Salta tenía una escala que a mí me permitía trabajar, dar a
conocer mi trabajo y dar a conocer el trabajo de otros. A partir de eso hice
muestras en el MAC, en el Museo de Bellas Artes, en la Galería Mamoré, en el
Sheraton. Y también hice muestras en la Legislatura de la Nación, en el Museo Sívori
de Buenos Aires, en el Nacional de Bellas Artes, en el de Arte Contemporáneo de
Mendoza, en el Timoteo Navarro de Tucumán…
¿Qué se
siente como artista el hecho de que se organice un evento exclusivamente para
dar a conocer tu obra, y transmitir ese mensaje que vos querés?
Todo
lo que implique que otros se interesen por tu obra es lo más gratificante que
existe para un artista. Eso, y poder inspirar a otras personas. Que alguien te
diga “fue muy inspirador hablar con vos”, o “Vero, hablé con vos y me pasé el
día en el taller.” Es realmente hermoso.
Al ser
multifacética y haberte inclinado a distintas áreas del arte, si tuvieras que
definirte con una palabra, ¿cuál sería?
Es
una pregunta muy interesante.. Muchos años me definí como pintora, después me
definí como pintora, fotógrafa y diseñadora… Y mucha gente me sigue asociando con la pintura, pero yo me
siento artista. Es más, me siento ‘’Vero García’’ En un momento ese concepto se
condensa. Soy bastante multimediática, me gusta la experimentación. Estoy
trabajando con músicos ahora. Cada vez se ve más cómo se relacionan entre sí
los distintos lenguajes.
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Foto: OSSIAN LINDHOLM
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¿Tenés obras
que son tus “hijos predilectos”, es decir, que no te desprenderías de ellas por
nada del mundo?
Los
“hijos predilectos” son esos que pasan los años y siguen siendo predilectos.
Muchas de esas obras son las que hice en San Telmo cuando empecé a trabajar con
tierra de manera abstracta, evocando la pertenencia a la tierra. Tengo muchos.
Son esos que por ahí los ve la gente y me dice que les encantan, pero respondo
que son propiedad particular. No me desprendería de esos, no porque sean
mejores, sino porque por algún motivo son emblemáticos. Son mojones en mi
historia. La primera obra que me viene a la mente es una azul, pintada con
óxido, muy abstracta, que está pintada como con tierra azul. De esa nunca me
desprendería.
¿En este
momento estás trabajando en algún proyecto?
Siempre
estoy trabajando en algo. Una muestra es la culminación de un proceso. Lo que
vengo trabajando desde hace unos cuatro años va a culminar en varias muestras:
la primera va a ser en Agosto en la Galería de Arte Mamoré.


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